Simbad el Marino
Cuento Anónimo
Hace
muchos, muchísimos años, en la ciudad de Bagdad vivía un joven llamado Simbad.
Era muy pobre y, para ganarse la vida, se veía obligado a transportar pesados
fardos, por lo que se le conocía como Simbad el Cargador. "¡Pobre de mí!
-se lamentaba- ¡qué triste suerte la mía!"
Quiso
el destino que sus quejas fueran oídas por el dueño de una hermosa casa, el
cual ordenó a un criado que hiciera entrar al joven. A través de maravillosos
patios llenos de flores, Simbad el Cargador fue conducido hasta una sala de
grandes dimensiones.
En
la sala estaba dispuesta una mesa llena de las más exóticas viandas y los más
deliciosos vinos. En torno a ella había sentadas varias personas, entre las que
destacaba un anciano, que habló de la siguiente manera:
Llegado
a este punto, Simbad el Marino interrumpió su relato. Le dio al muchacho 100
monedas de oro y le rogó que volviera al día siguiente. Así lo hizo Simbad y el
anciano prosiguió con sus andanzas...
Y
así, día tras día, Simbad el Marino fue narrando las fantásticas aventuras de
sus viajes, tras lo cual ofrecía siempre 100 monedas de oro a Simbad el
Cargador. De este modo el muchacho supo de cómo el afán de aventuras de Simbad
el Marino le había llevado muchas veces a enriquecerse, para luego perder de
nuevo su fortuna.
El
anciano Simbad le contó que, en el último de sus viajes, había sido vendido
como esclavo a un traficante de marfil. Su misión consistía en cazar elefantes.
Un día, huyendo de un elefante furioso, Simbad se subió a un árbol. El elefante
agarró el tronco con su poderosa trompa y sacudió el árbol de tal modo que
Simbad fue a caer sobre el lomo del animal. Éste le condujo entonces hasta un
cementerio de elefantes; allí había marfil suficiente como para no tener que
matar más elefantes.
Simbad
así lo comprendió y, presentándose ante su amo, le explicó dónde podría
encontrar gran número de colmillos. En agradecimiento, el mercader le concedió
la libertad y le hizo muchos y valiosos regalos.
-Regresé
a Bagdad y ya no he vuelto a embarcarme -continuó hablando el anciano-. Como
verás, han sido muchos los avatares de mi vida. Y si ahora gozo de todos los
placeres, también antes he conocido todos los padecimientos.
Cuando
terminó de hablar, el anciano le pidió a Simbad el Cargador que aceptara
quedarse a vivir con él. El joven Simbad aceptó encantado, y ya nunca más tuvo
que soportar el peso de ningún fardo.
Preguntas
del Concurso ¿Cuánto cuento comprendiste?:
¿Dónde
queda la ciudad de Bagdad?¿Cuál es el nombre del Río que la divide geográficamente?