Por María Fabiana Santaella
Tío Tigre y Tío Conejo
son personajes inherentes a nuestro imaginario cultural y los protagonistas de
un texto fundamental de la producción literaria de Antonio Arraíz, quien los
reescribe en un entorno en el que destacan el de Tío Tigre, el militar, y el de
Tío Conejo, el trabajador; entre uno y otro se desarrollará un entramado de
tensiones y oposiciones que se reflejará y sumará en cada uno de los capítulos
en los que está dividido el texto. El autor proyecta una sociedad animal que
hace referencia paródica a los personajes que rodean a cada grupo para retratar
las situaciones que se generan desde el poder. Partiendo de diferentes
estudiosos se elabora el aspecto crítico de lo paródico así como también los
constructos literarios y retóricos que conforman los diferentes puntos de vista
del autor, al igual que a otros autores que nos permiten explicar cómo Arraíz
refleja aspectos de una sociedad en la que el poder es jocosa y trágicamente
parodiado, a través de la elaboración de personajes ficticios , entramándolos en un
discurso organizado en capítulos, como cuentos independientes en sí mismos,
pero que conforman una historia que se enlaza, en cada una de sus partes, en un
todo novelesco. En el texto se proyectan las visiones que de los distintos
protagonistas tiene el autor, su visión pedagógica, de la geografía física y
humana del país, aprovechando las diferencias que se resuelven gracias a las
elaboradas trampas que Tío Conejo trama y hasta construye, apoyado siempre por
los compañeros que lidera para vencer a Tío Tigre, trampas que nos remiten al
referente popular y a la tradición oral.
CUENTO: TIO TIGRE, TIO
CONEJO Y TIO MORROCOY
Tío Conejo escuchó
entre la selva las torpes notas de un desmañado silbido y, de un salto, corrió
a esconderse bajo la protección que le ofrecía el fresco e intrincado ramaje de
un helecho silvestre.
Allí, inquieto y
silencioso, en muda indagación, movió repetidamente las orejas. ¿Quién podría
silbar así, entre la floresta?
Las notas del silbido
se apagaron y, más cercano, se oyó, en seguida, el áspero canto de una voz
bronca y gangoza; era el mismo silbador que, ahora, cantaba.
Tío Conejo permaneció
inmóvil: alzadas las orejas, muy abiertos los ojos, latiéndole fuertemente el
corazón. Finalmente, a muy cortos pasos de él, allí, ante su asombro, se abrió
un matorral espeso, del que surgió Tío Tigre.
Y cosa extraña la fiera
traía muy risueña cara de complacencia y una gran mochila de cocuiza vacía y
doblada, bajo el brazo. Pasó, casi rozando el escondite de Tío Conejo, y luego
siguió, cerro abajo, por entre los breñales; siempre gangueando su desagradable
canción.
Tío Conejo, lleno de
curiosidad, corrió a asomarse al borde del barranco.
"¿Por qué estará
tan contento Tío Tigre?" -se dijo- "¡Uhm! ¡Algo muy malo deberá estar
pensando! ... ¡Voy a seguirlo, a ver!"
Y el simpático v
vivaracho roedor se fue, también, pendiente abajo, haciendo brincar la blanca
mota de su cola, al correr, veloz, por el camino de las huellas que dejara Tío
Tigre.
Tío Rabipelado, después
de beber agua allá abajo, en el pocito fresco de la quebrada, subía, poco a
poco y cuesta arriba, cuando de manos a boca, se encontró con Tío Mapurite, y
como éste, amenazante levantara la cola, dispuesto a la defensa, ante el horror
de aquel peligro, el rabípelado se llenó de espanto y saludó, lisonjero:
-¡Señor don Mapuríflor,
flor de las flores, olor de los olores!
-¿Cómo está esa bella
persona?
El Mapurite sonrió,
complacido, y después de contestar el saludo, cortésmente, agregó:
-Pase, pase usted, don
Ramón Pila, y que le vaya muy bien-. Y se apartó a un lado.
-Chí-, dijo el
marsupial, y siguió su camino.
A poco, ante Tio
Rabípelado. desembocó de pronto Tío Tigre.
-¡Señor don Tigre,
Tigrón! -lo saludó, haciendo una profunda reverencia- ¡Sabio, como él solo y
mil veces más valiente que Tío León!
-¡Ja, Ja, Ja! -rió Tío
Tigre- Este Ramón Pilá, siempre con sus cosas... ¡Ah, Ramón Pilá, me vas a
hacer un servicio!
-Como no, Tío Tigre; lo
que usted mande.
-Bueno. Mira; allá
detrás de la casa, dejé unas verduras para un sancocho; "vémelas"
pelando, que yo subo dentro de un ratico con la carne.
-Chí- dijo el
rabípelado. Y echó a andar apresuradamente.
Tío Tigre se quedó
mirándolo, y agregó, en tono amenazador:
-Pero, ten cuidado con
desordenarme nada de lo que allí tengo, porque, si no .. ¡Ya sabes!...
Un corto trecho más
arriba. Tío Rabípelado por poco se tropieza con Tío Conejo, que venía bajando.
Ambos dieron un salto, asustados.
-¡Epoca!. .. ¡Gua; pero
si es Tío Ramón Pilá! gritó, riendo, Tío Conejo.
Y Tío Rabipelado, que
consideraba un animalillo demasiado inofensivo a Tío Conejo, quiso alardear
ante él y exclamó, mostrándose agraviado:
-¡Herria! ¡Me tuvieron
chiquito porque grande no pudieron!- Y se hizo a un lado, molesto.
-¡Gua, gua, gua!-
murmuró Tío Conejo, entre sorprendido y burlón.
-¡Apártese, compañero,
no ve que ando apurado! ¡Voy en una comisión de mi amigo Tío Tigre! ¡Herria!.
Y, engreído, el
animale]o siguió su camino y desapareció, cerro arriba, entre los yerbajos.
A fin de recuperar el
tiempo allí perdido con Tío Rabipelado. Tío Conejo echó a correr para alcanzar
a Tío Tigre.
Llegó al borde de la
barranca de la quebrada y, en ese momento, vio que la fiera comenzaba a entrar
en la playa del arroyuelo.
Tío Tigre avanzó unos
pasos y se detuvo ante un morrocoy que, vuelto de espaldas sobre la arena,
movía las patas, angustiado, en un inútil y desesperado esfuerzo por enderezarse.
-¡Vagabundo, veo que no
has podido moverte del sitio en que te dejé! ¡Está muy bueno! Ahora si te podré
llevar; para eso traigo esta mochila.
Y, terminando de
hablar, la fiera metió el morrocoy en el saco, se lo echó al hombro y emprendió el camino de
regreso. Mientras subía la cuesta, siguió hablando, burlón:
-¡Hasta hoy duraste,
Tío Morrocoy! Allá te espera, en la casa, una buena mano de pilón, y después,
la olla del sancocho. ¡Ya verás!
Tío Conejo se llenó de
indignación. ¡Qué ese bandido de Mano de Plomo fuera a hacer eso con su buen
amigo Tío Morrocoy!... ¡No: él no lo permitiría!. .. Pensó un rato y luego echó
a correr cerro arriba, también. Llegaría mucho antes que Tío Tigre, quién tenía
que ir muy lentamente, por el peso de la carga que llevaba.
Entre el monte, apenas
unos cuantos pasos antes de desembocar en el patio de la casa de la fiera, Tío
Conejo se detuvo; había escuchado algo así como un llanto.
-¡Hi, hi, hi!- volvió a
oírse. Era un gemido desconsolador; aquello parecía la voz de Tío Rabipelado.
¿Quién está allí?
-preguntó Tío Conejo- ¿Cómo que es Tío Ramón Pilá?
-Chí- respondió la
vocecita.
Tío Conejo buscó y
encontró una trampa, en la que estaba metido el rabipelado.
-¡Ah carrizo, Ramón
Pilá! ¡Caíste en esa trampa!
-Chí.
-¿Y tú quieres que yo
te saque?
-Chí.
-Bueno, pues, vamos a
hacerla.
Y Tío Conejo puso en
libertad al prisionero.
En eso Tío Tigre
desembocó frente a la casa y empezó a llamar, a gritos, al rabipelado. El cual,
allí junto a Tío Conejo, se dio a llorar amargamente.
-¡Ahora Tío Tigre me va
a comer -dijo- porque le tumbé una de sus trampas! ¡Sálveme, Tío Conejo!
Tío Tigre puso el saco,
con el morrocoy dentro, en el suelo, y siguió dando gritos:
-¡Ah, Ramón Pilá! ...
¡Ramón Pilál. .. ¿Qué se habrá hecho ese condenado?
Al ver el saco en
tierra, a Tío Conejo se le ocurrió una idea, y dijo al rabipelado:
-Bueno. Yo te salvaré;
pero eso sí, tienes que hacer lo que te diga.
-Chí.
-Sal, entonces, y haz
que Tío Tigre entre en la casa, para que yo pueda sacar del saco, y traerme a
Tío Morrocoy.
Sin esperar más, Tío
Rabipelado salió del monte y avanzó hasta Tío Tigre.
-¡Tío Tigrito, Tío
Tigrito -le dijo;- unos ladrones se están robando las verduras!.
La fiera iba a insultar
al rabipelado, pero al oír aquello, salió en carrera y desapareció detrás de la
casa.
Tío Conejo indicó a
Ramón Pilá un gran avispero gris que se balanceaba en la rama de un árbol.
-¡Sube, rápido, allá arriba y tráeme aquel matajey.
-¿Y si me pican las
avispas?
-¡Sube, hombre! ¡Tapas
bien la boca del avispero con un puñado de hojas! ¡Anda, ligerol...
En un momento el
rabipelado trepó hasta lo alto y regresó con el avispero ella mano. Lo entregó
a Tío Conejo y éste lo tomó con cuidado, y corrió a ponerlo dentro del saco, en
lugar de Tío Morrocoy.
Al cabo de unos
momentos, los tres: Tío Conejo, Tío Morrocoy y Tío Rabipelado, aguardaban
escondidos en el borde de la selva, mirando hacia la vivienda de Tío Tigre,
quien, al fin, regresó de atrás de la casa e, indignado, llamó al rabipelado.
-¡Vagabundo! -rugió-
¿Dónde se metería? ¡Me ha engañado! Nadie se estaba robando mis verduras. ¡Déjelo
quieto, cuando lo encuentre, él va a saber lo que es bueno!
En seguida cogió el
saco con el avispero dentro y se lo llevó al interior de la casa. Ya tenía el
agua hirviendo, y echó las verduras y los aliños entre la olla. Buscó la mano
de pilón que, admirablemente, serviría de cachiporra, y con ella golpeó
salvajemente el saco, hasta deshacer el avispero que contenía.
-Qué blandito era ese
Tío Morrocoy -murmuró-. Mejor; así el sancocho estará más pronto.
Se acercó al fogón y
vació el saco junto a sus propios pies. Inmediatamente las avispas,
embravecidas, lo rodearon en una espesa nube, y comenzaron a clavarle sus
terribles aguijones.
Lanzando espantosos
alaridos de dolor, la fiera corrió afuera, se revolcó en el patio,
desesperadamente, y luego huyó bosque adentro, despavorida.
Tío Conejo, Tío
Morrocoy y Ramón Pilá, a todas estas, reventaban de risa, allí, en la orilla de
la selva.
¡Y colorín colora'o
este cuento se ha termina'o!
Preguntas del Concurso
¿Cuánto cuento comprendiste?:
¿En qué ambientes se
desarrollan las historias de Tio Tigre y Tío Conejo?